Mi padre, mi tío Hernán (hermano mayor de mi papá), y
mi abuelo fueron ferroviarios, siendo sólo mi padre quien prestó servicios en el área de Tracción y Maestranzas de la Empresa de Frerrocarriles del Estado, que era donde literalmente "las papas queman", comenzando por los distintos grados inferiores, tales como alumno limpiador en la Casa de Máquinas de Temuco (julio del año 1949), aprendiz, caldeador, fogonero, maquinista de las distintas categorías y en diferentes locomotoras a vapor y Diesel eléctricas, hasta llegar al escalafón de jefaturas en el año 1977, cuando ascendió a Inspector de Tracción, culminando su carrera funcionaria en el año 1981 como jefe de la Casa de Máquinas en la ciudad de Osorno.
A través de esta búsqueda de información histórica y genealógica he descubierto que mi bisabuelo
José de la Cruz Acuña Urrutia tenía el oficio técnico de albañil, siendo muy probablemente partícipe de la construcción de diversas obras de arte ferroviarias desde Collipulli hasta Victoria. En esta ciudad debió tener residencia desde más o menos 1884 y hasta 1893, pero en el año 1883 residía en Collipulli, lugar del nacimiento de su hijo Francisco Javier. En aquella localidad probablemente habría trabajado en los estribos o fundaciones del famoso e imponente viaducto sobre la quebrada del río Malleco. Aún no lo he podido confirmar, pero hasta el año 1900 debió haber trabajado en diversos tramos de la vía férrea que penetraba por vez primera la Araucanía, continuando su peregrinaje desde Victoria hasta Temuco, y, finalmente, desde Temuco hasta Pitrufquén, tramo en el que probablemente conoció al ingeniero belga Gustave Verniory, que dirigió las obras ferroviarias entre las jóvenes localidades de Lautaro y Temuco ,y desde esta ciudad hasta Pitrufquén, desde los años 1889 y hasta 1899. Este ambiente de trenes rodeó a la familia de mi bisabuelo, incorporándose uno de sus hijos, mi abuelo
José Acuña Navarrete, a la Empresa de Ferrocarriles del Estado alrededor del año
1911 cuando residían como colonos en la hijuela que le había concedido a mi bisabuelo el Fisco de Chile, en la Colonia Nueva Transvaal de Gorbea, o en uno de los sitios adquiridos de la misma manera en el pueblo de
Gorbea, al sur de Pitrufquén.
Mi padre siempre fue muy reservado en cuanto a su vida laboral, quizás para no asustar a su familia con los accidentes y peripecias que le tocó experimentar en su vida en los ferrocarriles chilenos. Sólo hacia el fin de sus días contó algunas pocas cosas, como aquella ocasión en la que respondiendo a mi consulta me dijo que la locomotora en que más le gustó ser el maquinista fue la tipo ochenta o "montaña". Ninguna fotografía hay en la que mi querido padre haya sido inmortalizado abordo de esa poderosa mole negra. Al menos recordó que una de las locomotoras que tripuló fue la número
803, la que hoy está guardada en el Museo Ferroviario Pablo Neruda de Temuco.
Como una manera de "vivir" en carne propia lo que era tripular una locomotora tipo ochenta, solicité los permisos respectivos y el día domingo 15 de febrero de 2009 pude viajar abordo de la locomotora que tracciona al Tren de la Araucanía, al menos en el tramo comprendido entre Temuco hasta la ciudad de Lautaro. Viví emociones muy íntimas que me hicieron ver al maquinista de la número 820 como a mi padre, hace décadas atrás, cuando viajaba en este tipo de locomotoras desde Concepción hasta Talca, o desde San Rosendo a Temuco y desde allí hasta Osorno o hasta la punta de rieles chilena, la ciudad de Puerto Montt. Fue casi un entorno "familiar" el vivido en la 820, pues el maquinista conoció a mi padre cuando éste era el jefe de la Casa de Máquinas de Osorno; además, el ayudante del actual maquinista de la 820 también conoció a mi papá en Temuco, a mediados de los años 1970.
Dos ferroviarios jubilados que conocieron a mi padre Una raya de hollín en mi frente. En la cabina de la 820, rumbo a Lautaro Ver operar al maquinista los diferentes comandos de la inmensa locomotora y el apreciar la labor técnica y de precisión del ayudante, o "fogonero", poniendo con justeza las paladas de carbón de Curanilahue en los diversos sectores del fogón, fue una experiencia alucinante. Por primera vez escuché el "canto de la pala", como lo señaló el maquinista, que es el sonido metálico y vibratorio que se produce al chocar la pala con el borde del fogón. Un sonido que no tuve la oportunidad de apreciar era el "canto" de las ruedas motrices. De ello me había hablado previamente el maquinista, sonido que se produce principalmente cuando las inmensas ruedas motrices con rayos no son forzadas en subidas, como en las bajadas o pendientes, y pasan "livianas" por las junturas de los rieles, lo que puede ser apreciado en la "bajada" hacia Temuco desde Victoria, y no al revés.
La locomotora 820 devora bastante carbón, más de 20 kilos por kilómetro andado, siendo aún así una locomotora "económica", pero lo que más consume es agua. La tipo ochenta vaporiza para su funcionamiento miles de litros de agua, y al no existir actualmente "caballos de agua" operativos en las estaciones ferroviarias, la número 820 del Tren de la Araucanía debe llevar, además de la carga propia del ténder, un carro algibe con 50.000 litros para abastecer el depósito del ténder mediante una motobomba y así poder relizar el viaje de ida y regreso.
Algo también muy emocionante de ver en este viaje fue el cariño, la nostalgia y el aprecio por el tren con tracción a vapor que siente la gente de todas las edades de los poblados y sectores rurales, por donde pasan las vías del ferrocarril, lugareños que, cuando el maquinista hacía sonar el pito de la locomotora, salían corriendo al encuentro del tren, saludando con sus manos y brazos en alto a los pasajeros, con la alegría de ver una antigua máquina a vapor aún "viva". Me fue realmente conmovedor el lograr apreciar a un hombre anciano, en las cercanías de la localidad de Perquenco, que había salido al encuentro del tren ondeando con energía una gran bandera chilena. No era un loco, si no un nostálgico sobreviviente de la dorada época de los ferrocarriles chilenos. Eso me demostró, una vez más, que el ferrocarril con tracción a vapor siempre será parte vital de la historia de la nación chilena, en especial en la incorporación de Araucanía al resto del país, en una época en la esta zona era llamada "La Frontera", fundándose villas y pueblos alrededor de las estaciones ferroviarias.
Estación Lautaro El viaje de ida culminó en la antigua estación de Victoria. Un inmenso patio de maniobras con muchas líneas secundarias, hoy convertidas en un pastizal que cubre los "dormidos" durmientes y rieles oxidados, habla de un glorioso pasado ferroviario. Allí presencié las maniobras de la 820 para viajar a la tornamesa, ubicada al sur de la estación, en donde se invertiría su frente de avance.
La estación Victoria, hacia el año 1900 (www.memoriachilena.cl) Estación Victoria Algo que atrapa en el tiempo fue observar el centenario y bien cuidado edificio de la estación de ferrocarriles de Púa, y los restos de las oxidadas locomotoras y ténder que allí se encuentran. Aquella estación fue el punto desde el que nacían los ramales hacia la ciudad de Traiguén, antigua zona triguera, y hacia Lonquimay, zona productora de maderas, en la precordillera andina, éste último, recorrido por mi padre a principios de los años 1970 cuando él ya era maquinista de primera.
Centenario edificio de la estación ferroviaria de Pua Mi afán de fotografiar y filmar en video todo lo ocurrido en este viaje, me pasó la cuenta. Al llegar a la estación de Temuco ya no le quedaba cinta a mi vieja cámara Sony Hi8, ni memoria ni carga en ninguno de los pares de pilas de mi cámara digital. Fue triste, pues no pude grabar ni fotografiar a la 820 cuando iba a ser guardada en la casa de Máquinas del Museo Ferroviario, aunque temprano por la mañana tuve la primicia de tener imágenes de ella cuando la subieron a la tornamesa y la sacaron al patio para enganchar los coches del Tren de la Araucanía.