A mí, como a muchos amantes nostálgicos del transporte ferroviario de Chile, la mejor época de esa actividad tuvo que ver con los trenes con tracción a vapor. Bufantes moles de fierro y acero, bronce y plomo recorrían las líneas de los patios de maniobras de las estaciones, armando los convoyes de carga y de pasajeros, que eran incorporados a la línea central en donde más grandes y poderosas locomotoras salían a recorrer nuestro angosto país, y, desde aquellas principales vías, coches y carros de carga para distintos tipos de mercancías eran derivados a las vías de los ramales cordilleranos y costeros.
Una de las mejores invenciones de la ingeniería humana, resultante de las acostumbradas pruebas de errores y aciertos de lejanas tecnologías, fue la máquina de vapor, que dio origen a las imponentes locomotoras que dieron vida y emociones a las estaciones ferroviarias, a sus trabajadores, a los pasajeros, a los vecinos de aquellos recintos y la gente que por pura curiosidad cada día iba al encuentro y a la observación de los trenes.
Mi padre comenzó a probar en "vivo y en directo" ese ambiente de negras locomotoras a vapor chilenas cuando fue recibido como alumno limpiador en la Casa de Máquinas de la ciudad de Temuco, en el mes de julio del año 1949. Al comienzo, su labor principal no tuvo nada de "romántico", debido a que sus deberes incluían asear los oscuros latones y las enormes ruedas de las locomotoras que llegaban a su mantención, sucias con la tierra que se pegaba en la grasa y el aceite que lubricaba todas las partes móviles de sistema de propulsión a vapor, y que formaban gruesas capas sobre el metal después de cada largo viaje por las vías del Sur de Chile. Empuñando el "huaipe" mojado con petróleo (un manojo o montón de hilos sueltos y entrelazados que forman un primitivo "paño limpiador", palabra castellanizada, derivada de la voz inglesa "wipe", que significa limpiar) debió haber pasado horas restregando las ruedas de una locomotora, hasta entregarla limpia, para su inspección. El "huaipe" llegó a ser un compañero inseparable de mi padre, ya que en cada bolsillo de su ropa de trabajo, y hasta en su vestimenta formal, siempre había un poco para cualquier eventualidad. Cuando mi padre se casó, cada vez que mi madre le lavaba la ropa de trabajo, ella retiraba esos montones de motas de cada bolsillo de sus pantalones y camisas.
Mi padre llegó a conocer y operar las más grandes locomotoras que pudieron circular al sur de San Rosendo: las tipo ochenta o también llamadas "montaña", con disposición de ejes 4-8-2 ( o sea, cuatro ruedas delanteras, ocho ruedas motrices y dos ruedas traseras. Estas locomotoras fueron asignadas a la zona Sur de Chile, cuando fue aumentando el número de pasajeros y la carga a transportar, ya no pudiendo las pequeñas locomotoras tipo 57 cumplir con los itinerarios por ser más lentas y no tener mayor poder de arrastre. Las tipo 70 (Mikado), disposición de ruedas 2-8-2, eran más poderosas, pero no estaban diseñadas para alcanzar las velocidades requeridas por un tren de pasajeros, y se usaron principalmente para traccionar trenes de carga.
Sólo al conversar con un viejo ferroviario jubilado en el velatorio de mi padre, que comentó que había sido ayudante de él, pude enterarme de que a mi querido viejo, además de lo que me había contado él personalmente (que las tipo 80 eran muy cómodas), le encantaba sacarle velocidad o "hacerlas correr". Seguramente para cumplir con los itinerarios debía andar más rápido, y las tipo 80 podían andar a 100 kilómetros por hora en aquella época, cuando las vías estaban en bastante mejor estado. ¡Querido viejo, te lo tuviste guardado por décadas! ¡Qué hermosas son las "Mikado" y las "Montaña"!
Mi padre comenzó a probar en "vivo y en directo" ese ambiente de negras locomotoras a vapor chilenas cuando fue recibido como alumno limpiador en la Casa de Máquinas de la ciudad de Temuco, en el mes de julio del año 1949. Al comienzo, su labor principal no tuvo nada de "romántico", debido a que sus deberes incluían asear los oscuros latones y las enormes ruedas de las locomotoras que llegaban a su mantención, sucias con la tierra que se pegaba en la grasa y el aceite que lubricaba todas las partes móviles de sistema de propulsión a vapor, y que formaban gruesas capas sobre el metal después de cada largo viaje por las vías del Sur de Chile. Empuñando el "huaipe" mojado con petróleo (un manojo o montón de hilos sueltos y entrelazados que forman un primitivo "paño limpiador", palabra castellanizada, derivada de la voz inglesa "wipe", que significa limpiar) debió haber pasado horas restregando las ruedas de una locomotora, hasta entregarla limpia, para su inspección. El "huaipe" llegó a ser un compañero inseparable de mi padre, ya que en cada bolsillo de su ropa de trabajo, y hasta en su vestimenta formal, siempre había un poco para cualquier eventualidad. Cuando mi padre se casó, cada vez que mi madre le lavaba la ropa de trabajo, ella retiraba esos montones de motas de cada bolsillo de sus pantalones y camisas.
Mi padre llegó a conocer y operar las más grandes locomotoras que pudieron circular al sur de San Rosendo: las tipo ochenta o también llamadas "montaña", con disposición de ejes 4-8-2 ( o sea, cuatro ruedas delanteras, ocho ruedas motrices y dos ruedas traseras. Estas locomotoras fueron asignadas a la zona Sur de Chile, cuando fue aumentando el número de pasajeros y la carga a transportar, ya no pudiendo las pequeñas locomotoras tipo 57 cumplir con los itinerarios por ser más lentas y no tener mayor poder de arrastre. Las tipo 70 (Mikado), disposición de ruedas 2-8-2, eran más poderosas, pero no estaban diseñadas para alcanzar las velocidades requeridas por un tren de pasajeros, y se usaron principalmente para traccionar trenes de carga.
Sólo al conversar con un viejo ferroviario jubilado en el velatorio de mi padre, que comentó que había sido ayudante de él, pude enterarme de que a mi querido viejo, además de lo que me había contado él personalmente (que las tipo 80 eran muy cómodas), le encantaba sacarle velocidad o "hacerlas correr". Seguramente para cumplir con los itinerarios debía andar más rápido, y las tipo 80 podían andar a 100 kilómetros por hora en aquella época, cuando las vías estaban en bastante mejor estado. ¡Querido viejo, te lo tuviste guardado por décadas! ¡Qué hermosas son las "Mikado" y las "Montaña"!
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