Crecí en el seno de una familia en la que mi padre, un trabajador ferroviario, nos mantenía con su esfuerzo. Pocos días en el mes podía estar con su esposa e hijos, pero, que cuando tenía posibilidad de descansar en su casa, él sacrificaba de su tiempo para realizar alguna actividad para estar juntos. Él me enseño normas, respeto hacia las personas e instituciones y dedicación a los que se emprende. Mi madre sacrificó su vida para brindar a su esposo e hijos las mejores atenciones, dentro de los márgenes de un presupuesto de un siempre insuficiente sueldo del jefe de la familia. Ella enseñó y reforzó las ideas de fe, rectitud y apego a la verdad. El comportamiento de los hijos, que no estuviera dentro de las normas de la familia, tales como el mentir o ser descubierto en una falta, tenía consecuencia: la disciplina y la recomendación, "no lo vuelvas a hacer". Así fue como crecí, con conciencia del bien y del mal y de sus respectivas consecuencias, según la elección que se tomara. No había premio por ejecutar acciones incorrectas.
En mi vida escolar infantil y adolescente sufrí las burlas de compañeros que se decían eran "más vivos", por hacer trampa y obtener notas que, en justicia, no les correspondía obtener. Yo tuve las calificaciones que premiaron mi esfuerzo honrado o las que me merecí por no esforzarme.
De joven fui tratado de mediocre, por alguien cuyos padres le habían proporcionado una mejor situación económica, pues ambos trabajaban. Mi mediocridad consistía en no mezclarme en sus conversaciones de bajo nivel moral. A él le parecía que estaba bien asignarme esa calificación. A todas luces un error de comprensión del concepto de la mediocridad.
De adulto una mujer me trató de "poco varonil", por no usar las habituales groserías en mi vocabulario coloquial. Seguramente ella creció en un ambiente familiar en el que el trato entre las personas era distinto al de mi infancia. Otra expresó que yo era un estúpido, porque apoyé y compartí una declaración de un experto en literatura, gramática y lingüística, referente a la frecuente introducción de un error gramatical en el lenguaje de la Presidente de Chile. ¿Por qué defender lo que está perfectamente mal? Íntimamente debe haber desilusión de quien es una representación de su propia persona.
En el mundo laboral he observado la falta de honradez por ambos lados: empleador y empleados; etc. En la formación algo falló, faltó o se olvidó, quizás por falta de práctica de la enseñanza del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, a la luz de la verdad.
He observado que quienes alcanzan grados de poder o son posicionados en lugares estratégicos, en el mundo político, religioso o secular, en cualquiera de sus formas, si no tienen instalados fuertemente en sus conciencias la virtud y la honradez, más temprano que tarde abusarán de su posición, para el propio beneficio y de los que conforman sus círculos de confianza.
Los hechos recientes, referidos a egoístas deseos de dinero rápido y fácil, utilizando métodos corruptos, o el ansia de permanecer o acceder al poder político, por cualquier medio, incluso ilegal, y la defensa inexcusable de esos hechos, por parte de algunos simpatizantes que lo consideran algo "normal", "porque todos lo hacen", ha traído como consecuencias la desilusión y la pérdida de la fe y confianza públicas.
El asombro de muchísimos compatriotas y del mío, ante estos acontecimientos, que ha llevado a la muestra de descontento, cansancio y desilusión, se debe a que aún permanece en la mayor parte de la población del país una conciencia del bien y del mal, que demuestran que las antiguas y tradicionales enseñanzas de nuestros padres, acerca de lo correcto y de lo opuesto a eso, aún están en nuestras conciencias. Es muy improbable que nadie haya cometido una falta. Por ello es que para romper la cadena de hechos que llevan a la justificación, a la corrupción de lo que es bueno y perpetuar lo decadente, debemos hacer uso permanente, para todos aquellos aspectos de nuestra vida que nos hacen ser imperfectos, de una herramienta o remedio denominado el ARREPENTIMIENTO.
El ARREPENTIMIENTO no es sólo el sentir pesar o congoja cuando somos descubiertos en falta, ni automáticamente solicitar perdón.. El arrepentimiento no incluye justificaciones de involuntariedad de nuestros actos, cosa no creíble, pues no somos autómatas. "El arrepentimiento es mucho más que limitarte a reconocer que has obrado mal; es un cambio en la manera de pensar y en el corazón". El verdadero arrepentimiento contiene obligatoriamente los siguientes elementos (y no debe faltar ninguno de ellos):
1) RECONOCER EN LA PROPIA CONCIENCIA QUE SE HA COMETIDO UNA INFRACCIÓN
2) SENTIR PESAR POR LA INFRACCIÓN COMETIDA (íntima tristeza)
3) CONFESAR LA INFRACCIÓN (no sólo una parte de ella)
4) ABANDONAR DEFINITIVAMENTE LA CONDUCTA QUE INCITA A COMETER LA INFRACCIÓN (determinación de no volver a cometer jamás lo mismo)
5) RESTITUIR. "Hasta donde sea posible, debes restituir todo lo que ha sido dañado por tus acciones, ya sea la propiedad o la buena reputación de otra persona".
6) VIDA RECTA. "No basta con simplemente tratar de resistir el mal o desechar el pecado de tu vida, sino que debes llenarla con rectitud". “Nuestro deseo sincero debería ser que fuésemos tanto limpios de manos como puros de corazón..." (Élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Limpios de manos y puros de corazón”, Liahona, noviembre de 2007, pág. 82)
Creo que todos podemos hacer este ejercicio, que nos limpia, refina, que nos ayuda a reconocer que no somos seres en lo absoluto cien por ciento correctos, ya que poseemos igualmente deficiencias, lo que nos ofrecerá una oportunidad de mejor convivencia y fortaleza como nación, en la medida que, en nuestras diferencias, vivamos VIDAS RECTAS