La experiencia de vida de personas a las que la sociedad considera viejos nos dan, una y otra vez, cátedra y a la que deberíamos tomar de una vez por todas en serio. En ciertos ámbitos religiosos, desde hace décadas, se predica la prevención y la preparación para las catástrofes al interior de las familias, y no sólo referidas a aquellas que dicen relación con las fuerzas de la naturaleza, si no que a todas las que provocan consecuencias inmediatas, tales como la enfermedad o pérdida de la persona que da sustento financiero al hogar o al sufrimiento tras la cesantía o término de la fuente laboral.
Compañeros de mi trabajo me trataron de alarmista cuando en el año 2007 compartí con ellos la información de un folleto que apareció en el interior de una revista mensual de la Iglesia cristiana, de la que soy miembro desde hace más de 25 años. Los hechos recientemente acaecidos en el centro-sur de Chile han manifestado la potente veracidad de la expresión: "Si estáis preparados, no temeréis...".
Un breve análisis de la información que aparece en aquel folleto me hace pensar ¡cuán diferente sería la situación de muchísima gente, ante la emergencia que está viviendo Chile en estos momentos! Si esta educación para la preparación y prevención fuera una política no sólo para los miembros de determinada Iglesia, si no que una política de Estado, en un país que ha sido, es y será atacado por la naturaleza y otros desastres. Si no fuera una política de Estado, al menos que una gran cantidad de familias pudieran estar preparadas para estos trágicos eventos, no pasando a engrosar las legiones de ciudadanos esperando un poco de agua, un poco de comida, abrigo y cobijo, en la inmediatez de los acontecimientos.
Los miembros de mi Iglesia de la zona siniestrada, y que hicieron caso al consejo de estar prevenidos, al menos no han tenido el terror a la inmediata falta de comida ni agua, pero sí al actuar desenfrenado de quienes pudiendo haber estado preparados no conocían de este modo de prevención y que , ante las circunstancias, recurrieron al pillaje, codo a codo con delincuentes que sustrayeron no sólo alimentos.
Si una gran cantidad de familias pudieran estar preparadas para un desastre, el gobierno de turno sólo debería dedicarse a socorrer a los más urgentemente desamparados y a mantener el orden y la seguridad, sin la extrema carga de tener que llevar ayuda de todo tipo, transportándola desde lejanas zonas hacia los sitios siniestrados. Hay que aprender que, en materia de seguridad a la ciudadanía, son las propias familias las que primariamente deben estar autosatisfechas para sus necesidades básicas, en espera de la ayuda que el gobierno pueda hacer llegar más tarde. En cuanto a esto último, el ente que deba reaccionar con ayuda a la población no puede tener sólo un gran almacén centralizado en la capital nacional, si no que debe poseer una adecuada distribución de recursos de todo tipo en el resto del país. El viejo dicho de "no tener todos los huevos en una sola canasta", es muy sabio también.
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