No creo en lo que llaman la "suerte". Tampoco creo en que las cosas buenas vienen por el sólo hecho de desearlas, si no que es la perseverancia en la búsqueda del resultado que anhelosamente buscamos la que provoca que se produzcan situaciones que van conectando todo, hasta la obtención de la ansiada meta o logro. Es mi propia experiencia la que me ha ayudado a entender este "principio" de vida.
Cuando hace años atrás intenté comenzar la genealogía de mi familia, me encontré con muchas vallas que, finalmente, me derrotaron y por ello abandoné por mucho tiempo la búsqueda de información. Ya hace un año y medio que recomencé mi investigación histórica, acicateado principalmente por la paulatina desaparación de mis familiares, quienes se han llevando consigo sus historias, vivencias y experiencias terrenales, la mayoría indocumentadas, por lo que sus descendientes no tendrán la oportunidad de preservarlas ni atesorarlas. Es así como he creado un lema que representa la manera en la que he logrado ir documentando, con antecedentes aportados y proporcionados por personas ajenas a mi familia, algunos pormenores que he rescatado para escribir la historia perdida de mis antepasados: "Si quieres lograr cosas importantes, haz cosas descabelladas". Con ello quiero decir que no se debe ser mediocre ni miedoso para contactarse con personas que puedan "tener las llaves" del acceso a las fuentes de documentación. Ya he tenido varias experiencias sobre el punto, y relato la última de ellas:
Aproximadamente diez años atrás, mis vecinos tenían un hijo de unos 12 a 13 años de edad. Muchas veces este vecinito nos ayudó a cuidar a nuestras pequeñas hijas, y hasta compartimos con él nuestras vacaciones en la costa de nuestra región. El tiempo transcurrió; nos cambiamos de residencia y perdimos el contacto contínuo que habíamos tenido. Unos años más tarde me encontré con mi ex vecinito, ya bastante más crecido, estudiando la misma carrera universitaria en la misma Universidad. El culminó sus estudios y recibió su título profesional. Pasó el tiempo y no nos volvimos a ver, salvo en esporádicas oportunidades. Hace menos de un mes me enteré de que este ex vecino y ex compañero de la Universidad había sido contratado y trabajaba en un estamento gubernamental: la Secretaría Regional Ministerial de Bienes Nacionales, con sede en esta ciudad capital. Además de saludarlo y felicitarlo por su nuevo trabajo, aproveché la oportunidad de contarle sobre mi proyecto de escribir un libro sobre la historia de mi familia, y le pedí pudiera contactarme con alguien de esa oficina de Gobierno que pudiera ayudarme con la búsqueda de documentación oficial que dijera relación con mi bisabuelo y su situación de colono y primer propietario de un inmueble en el pueblo de Gorbea. Él me contactó con un buen hombre, que resultó ser alguien que hace unos veinte años atrás conocí por razones de mi trabajo, y que ya desde el próximo mes de octubre de 2008 estará jubilado, y no pertenecerá más a la planta del personal de esa repartición de gobierno regional. A esta persona le expliqué mi situación y mis motivaciones, y le solicité pudiera ubicar en los archivos de ese servicio gubernamental el decreto y el plano de fundación del pueblo de Gorbea. Al día siguiente (el pasado día viernes 26 de septiembre de 2008), recibí en mi trabajo una llamada telefónica de esta persona, en la que me comunicaba que había preparado un Oficio, firmado por la máxima autoridad de la Secretaría Regional, requiriendo al Archivo Nacional en la ciudad de Santiago de Chile copias del decreto de fundación de Gorbea y el plano respectivo. El trámite de respuesta será de aproximadamente un mes. De paso me envió una fotocopia parcial y no oficial del plano, con la que confirmé mi descubrimiento en terreno de la ubicación del sitio número 16 de la manzana 21, concedido en el año 1907 por el Fisco de Chile a mi bisabuelo.
Copia parcial del plano de Gorbea. Marcado en color amarillo se aprecia el sitio que perteneció a mi bisabuelo.
Para mí queda demostrado que la fuerza que nos lleva a actuar para realizar cosas y lograr la meta, más una actitud positiva y valiente, provoca en otras personas el deseo de cooperar con nuestra causa: en religión a ésto se le llama "fe", pero la verdadera fe, que no es una creencia pasiva si no aquella motivadora que nos lleva a efectuar obras relacionadas con nuestra voluntad, y que, si son buenas, alienta a otros a poner la "añadidura", o sea, aquello que está fuera de nuestro alcance particular, añadidura emanada de la Divina Providencia: Dios.
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