El encuentro con un anteriormente desconocido pariente, ha abierto las puertas al maravilloso panorama de la historia de mis bisabuelos maternos, por línea materna. Una fotografía que capturé de la Bahía Detico en el mes de enero del año 2007 y que subí al sitio Web Panoramio proveyó el medio para, sin querer, encontrar a un primo hermano de mi madre, habitante de aquel lugar del Sur de la Isla de Chiloé.
Los días 25, 26 y 27 de septiembre pasados, mi madre, mi hermano, un sobrino y yo disfrutamos de la generosa hospitalidad de nuestro pariente y de su cariñosa esposa. Más de setenta años habían transcurrido desde que Manuel Pérez había visto por última vez a mi madre, siendo ella una pequeña niña de tres años de edad, y él de unos cinco. Él recordaba el encuentro con su prima hermana (acaecido en el año 1938), pero mi madre nada conservaba en su memoria de aquel viaje a la Isla de Chiloé desde la lejana localidad de Corral (provincia de Valdivia), una vez fallecido en aquel puerto su padre Luis.
Manuel nos relató la historia de cómo sus abuelitos (mi bisabuelos Benito Pérez Avendaño y Matilde) se conocieron y formaron una nueva familia, hechos que eran absolutamente desconocidos para nosotros. Mi bisabuelo Benito era un verdadero "chilote marino", como lo dice la letra de una canción folklórica chilena, quien junto a su padre tenían un negocio de venta de maderas en la Isla Lemuy, la que estaba deforestada. Para ello debían navegar en su propio lanchón velero, unos sesenta kilómetros hacia el Sur e internarse en el estuario del estero Paildad, en donde cargaban fina madera. En uno de los retornos a Lemuy la navegación se hizo imposible, debido al temporal que se levantó. El viento del Norte les hizo tener que entrar a "capear" el temporal en la Bahía Detico, pasando por la península Queilen. Mi tatarabuelo ordenó a su hijo y a otro tripulante del lanchón que bajaran a la playa a buscar agua dulce para preparar abordo la comida. En tierra firme hallaron a unos lugareños, los que les manifestaron que el temporal duraría dos días más, por lo que les invitaron a una festividad que habría. En aquel baile, en el que no faltaban ni guitarras ni acordeones, además amenizado por la música "envasada" que reproducía una "Victrola", mi bisabuelo Benito (que entonces, fines del siglo diecinueve, tendría unos dieciocho años de edad) conoció a una "indiecita" que le causó impacto y le hizo olvidar a la novia que tenía en Lemuy (el "cuero desabrido", según lo que contó a su nieto Manuel Pérez). Benito se casó con Matilde en Puqueldón en el año 1897, teniendo con ella ocho hijos, cinco varones y tres niñas. Al no tener tierras propias en la isla Lemuy, Matilde aconseja a su marido a que emigren hacia Detico, territorio ocupado por su famila ancestral. Benito ocupa allí una franja de terreno boscosa, en la ladera de una colina y con vista a la bahía; compra una yunta de bueyes "en dieciocho centavos oro", despeja y nivela el terreno, traslada grandes piedras, desde la distante playa, con las que establece las fundaciones de su rústica casa de madera; planta manzanos, traídos desde su natal Lemuy; y se dedica a la agricultura. Allí mismo mis bisabuelos terminaron sus solitarios días terrenales, tras haber emigrado todos sus hijos, incluída mi rebelde abuela (con 16 años de edad).
Una partida de nacimiento rectificada de mi abuela Rosa Pérez, señala que la madre de ella se llamaba Matilde Aguilar Cárdenas, lo que en este feliz encuentro Manuel Pérez desmintió, lo que yo corroboré a través del hallazgo de la partida de matrimonio: mi bisabuela se llamó Matilde Ayan Maripillán, descendiente de los nativos chilotes de la etnia mapuche, de identidad williche ("gente del Sur"). Debido a la discriminación que sufrían estos ancestros míos, por el apellido indígena, tuvieron que adoptar apellidos españoles. En lo personal, me he sentido inundado de un grato sentimiento de orgullo, al enterarme de que llevo en mi identidad genética los genes de una raza que vivía en las islas del archipiélago de Chiloé antes de que el conquistador español llegara a instalarse, construyendo fortificaciones y fundar villas y poblados. Ésta es mi alegría: llevar sangre williche en mis venas.