(Fotografías: cortesía de http://vidadetrenes.blogspot.com)
"Una madrugada de primavera, día de semana, creo que tenía que ir a clases pero….no fui…
Me despertó mi papá Ramón muy temprano, y preguntó: ¿quieres ir conmigo a Puerto Montt?.Entre despierto y dormido le dije que bueno, a lo cual él exclamó, “¡Ya!, Apúrate”.
Yo tenía como 14 o 15 años.
Nos fuimos a la estación de Osorno. Mi viejo era en ese entonces Inspector de Tracción de Ferrocarriles del Estado de Chile, por lo que tenía que ver con los accidentes del ferrocarril de la zona sur. El “pescante” estaba esperándonos en el patio de la casa de máquinas y de ahí partimos hacia la estación de Osorno donde paramos breves minutos para después iniciar el viaje de 2 horas y media aproximadamente a Pto. Montt.
Al llegar nos encaminamos a las cercanías de la estación de dicha ciudad, para que mi viejo viera lo ocurrido. Estaban varios trabajadores en el lugar esperando, también había otros “cascos blancos”. Mientras mi papá observaba y tomaba medidas con una cinta de medir y apuntaba en un informe, el “pescante” se situó para levantar el carro que se encontraba tumbado al lado de la línea. El “boggie” se había desprendido y los durmientes estaban rotos (desmenuzados). Mi viejo le hizo una seña a uno de los personajes de casco y éste le hizo señas a la vez al operador del “pescante”. Todos esperaban la orden de mi papá para levantar al “accidentado”. Le pregunté, ¿por qué pasó esto papi?, a lo cual me respondió en forma un tanto seca, “los durmientes están todos podridos”.
Un pescante en acción
Hoy, al tener ya casi 42 años, entiendo del porqué de la quiebra de Ferrocarriles del Estado. La historia del comienzo de esta ruina del sistema, se remonta a muchos años antes de este pequeño suceso.
Un pescante trasladando un "boggie" a la vía férrea
Vimos la operación desde cerca. El “pescante” levantó como una pluma el coche y lo situó arriba del boggie, que ya estaba en posición. Los “viejos” lo situaron con cuidado encima y hacían señas de dirección con los dedos al operador. Todo terminó muy rápido; creo que nos demoramos cuatro veces más en llegar al lugar que lo que demoró la maniobra. Fuimos a una oficina de la estación a dejar una copia del informe y nos retiramos a la casa de máquinas, pero primero almorzamos una cazuela de ave en el “hogar ferroviario”. Estaba muy reconstituyente y sabrosa. Estos ferroviarios saben de sufrimiento pero también saben de lo bueno.
Casi no reposamos. El almuerzo me quedó a medio camino cuando nos levantamos y nos dirigimos a la casa de máquinas. Allí pasamos a una oficina donde mi papá preguntó al encargado: ¿Hay alguna máquina para recepcionar?, a lo que le respondieron: “una diesel
Íbamos muy rápido, creo que a unos 100 por hora. Le pregunté a gritos “¿A cuánto vamos?...”. Respondió, indicando un reloj análogo, “a noventa no más, pero da ciento veinte”. No creo que soportara eso. En seguida disminuyó la marcha, aplicando frenos de aire. ¡Horrible! Las orejas me zumbaron del ruido del escape que estaba, parece, dentro de la cabina. Anduvimos unos
2 comentarios:
Excelente relato.. muy emotivo... me ha emocionado mucho leer esta historia. Ojalá cada hijo de ferroviario dejara impresos estos bellos recuerdos para que las nuevas generaciones se enteráran de cómo eran los años pasados.
Estas historias vale la pena leerlas y comentarlas en nuestras conversaciones entre amigos.
Felicitaciones
que buenas historias!! vivencias muy parecidas a las que algún día pase con era un niño. se le agradece que comparta todas estas cosas con nosotros.
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