lunes, 6 de agosto de 2007

Lo que una colina nos enseñó...

(Vista del centro de la ciudad de Temuco, desde el cerro Conun Huenu)

Cualquier escalador, o un simple excursionista, podrá señalarnos lo gratificante que es alcanzar la cima de una alta cumbre o la de una simple colina que domine el paisaje circundante. Para alcanzar su objetivo, el deportista ha debido realizar un esfuerzo físico y de voluntad. Ha sudado, jadeado, se ha desgastado, ha recibido magulladuras, pero la recompensa es gratificante: admirar el panorama desde arriba, con la visión de los valles, las fuentes de agua, los bosques, los poblados y villas, los caminos y carreteras, las lejanas montañas, respirar un aire distinto, y el sentir la brisa de las alturas - que nos provoca una sensación de libertad y de poder.

En el verano de hace un par de años, mis pequeñas hijas y yo, escalamos una colina llamada "Cerro Conun Huenu" ("Puerta del cielo", en voz 'mapudungun' - la lengua de los aborígenes del sur de Chile). Desde nuestro hogar, ubicado en el Municipio de Padre Las Casas (en la ciudad de Temuco) caminamos unos veinte minutos, hasta llegar al lugar en que comenzaría nuestra ascención. El trepar hasta la cumbre nos llevó otros treinta minutos adicionales. En el caluroso trayecto de subida, por entre maleza con espinas, una de mis hijas se quejaba que estaba muy cansada, y no quería seguir, y la otra sudaba pero no hacía comentarios. Nos deteníamos a descansar, bebíamos algo de líquido para evitar la deshidratación, y, después de unos minutos, les animaba a continuar. Así llegamos a nuestra meta. ¡Qué hermoso panorama! El valle, cruzado por el Río Cautín, la moderna y creciente ciudad de Temuco, el majestuoso Cerro Ñielol con su imponente vegetación nativa- es el extremo sur del cordón montañoso que se extiende hacia el Nor Oeste del valle -, y en la lejanía, las montañas de la Precordillera de la Costa de Chile. Ante este panorama, el comentario que hice a mis hijas fue algo así como: "Si no hubiésemos llegado hasta aquí, no podríamos haber observado este hermoso paisaje". Transcurrido un par de horas, y tras excursionar en busca de frutos silvestres, decidimos regresar. Ahora debíamos descender hasta la base de la colina. Una de mis hijas, ante la ansiedad por regresar hasta casa, decidió bajar más aprisa de lo que el sentido común dictaba. Como resultado, la fuerza de gravedad hizo que comenzara a tomar mayor velocidad en el descenso, perdiendo el control de sus piernas, y que comenzara a rodar por la inclinada pendiente, lastimándose la piel con el suelo y los espinozos arbustos que no pudo evitar en su rodada, siendo uno de esos arbustos el que la hizo frenar y detener su carrera.

Ya de regreso en casa, y tras asearnos y disfrutar de una rica alimentación para reponer las energías consumidas, la experiencia vivida me ayudó a enseñar a mis hijas:

"Todo aquello que sea bueno para nuestra edificación como seres humanos, requiere de un esfuerzo contínuo y una lucha dedicada, logrando por resultado un alivio y un sentimiento de bienestar en nuestros espíritus. Al contrario, todo lo que sea degradante para nuestra vida no requiere esfuerzo alguno de nuestra parte, simplemente, es 'dejarse llevar', o entregarse, sin oponernos, a las fuerzas destructivas de los apetitos descontrolados, lo que produce graves y dolorosas heridas en el alma".



Cuando en el transcurso de nuestra vida hemos ido fortaleciendo los músculos espirituales, en la subida de la "Colina de la Rectitud", estaremos mejor preparados para pasar a través de las espinas de la aflicción en nuestra existencia terrenal.

Es la ley de la vida: "Toma libremente tus decisiones, y espera las consecuencias de ellas: llegarán sin llamarlas, más temprano que tarde". Somos libres de optar por una u otra cosa, pero no podemos elejir la consecuencia de la elección. De esta manera ¿no es mejor optar por el bien?

Entonces, la meta es no abandonar los principios, para lograr el objetivo........