lunes, 31 de diciembre de 2007

La Tercera Ley de Newton, versus el "Nuevo Mandamiento" de Jesucristo.

(Los "Principia", de I. Newton, en http://es.wikipedia.org)
(Fotografía: página del libro de Mosíah, en "El Libro de Mormón")

Isaac Newton (1643-1727), gran científico inglés que iluminó con sus investigaciones el saber de la humanidad, expresó en su obra "Principia", entre otras, las tres leyes de la Dinámica, conocidas también como "Las Leyes de Newton". La Primera Ley o Ley de la Inercia, expresa que "Todo cuerpo permanecerá en sus estados de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo, a no ser que sea obligado por fuerzas impresas a cambiar su estado". En esta ley, Newton afirma que un cuerpo sobre el que no actúan fuerzas extrañas, permanecerá en reposo o moviéndose a velocidad constante. La Segunda Ley o Ley de la Masa o de la Interacción y Fuerza, señala que "La aceleración de un cuerpo es directamente proporcional a la fuerza neta que actúa sobre él, e inversamente proporcional a su masa"; de allí que la Fuerza quedó expresada con la fórmula Fuerza = masa x aceleración. Y, por último, la Tercera Ley, individualizada como "Principio de Acción y Reacción", la que constantemente vemos reflejada en la naturaleza, y que indica: "Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria; las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentidos opuestos."

Meditando en cuanto a estas leyes básicas y "naturales", me puse a pensar en que los seres humanos llegamos a este mundo y, de manera inmediata, comenzamos a experimentar, sin darnos cuenta de ello, de esta "naturaleza" de las cosas, y que así como estas leyes descubiertas por el gran Isaac Newton afectan el comportamiento de las cosas corpóreas o físicas, también es posible aplicarlas al comportamiento humano. Me explico:

  1. Ley de la inercia: Expresa la tendencia de un cuerpo a resistir un cambio en su movimiento. Desde nuestra más tierna infancia, en la que se comienza a formar nuestra personalidad y sentimos que poseemos voluntad propia, hasta nuestro estado de 'adultos, con criterio formado', ¿en cuántas oportunidades nos hemos negado a acceder a modificar algún aspecto de nuestra conducta o al ser enseñados por otros, queriendo ejecutar sólo nuestra voluntad?
  2. Ley de la Interacción y Fuerza: Explica las condiciones necesarias para modificar el estado de movimiento o reposo de un cuerpo. Según Newton, estas modificaciones sólo tienen lugar si se produce una interacción entre dos cuerpos, entrando o no en contacto. Nuestro crecimiento y perfeccionamiento terrenales son directamente proporcionales a la calidad y al poder de la enseñanza, e inversamente proporcional a nuestro real deseo de ser educados. A mayor deseo de interiorizarnos de las cosas de este mundo, menor es el esfuerzo que se debe emplear en nuestra formación.
  3. Ley de Acción y Reacción: Establece que siempre que un cuerpo ejerce una fuerza sobre un segundo cuerpo, éste ejerce una fuerza sobre el primero, cuya magnitud es igual pero en dirección contraria a la primera. Es aquí en donde deseo expresarme con mayor detenimiento. En nuestro mundo actual, con todos los problemas sin resolver por la falta de acuerdos, de respeto mutuos e inconformismo, son mucho más corrientes las expresiones de agresión y de respuesta equivalentes a las acciones ejercidas sobre nuestra persona, que los actos que lleven a la pacificación o a aplacar los sentimientos y emociones naturales. La comprensión, y hasta el del perdón, ante las acciones que nos ofenden, parecieran ser antagónicos, y hasta pareciera que nos sentimos cómodos con comportarnos de manera natural, o actuando de manera 'básica', siguiendo equivocadamente las directrices de las leyes entregadas para el comportamiento de la materia física.
Creo que estas leyes fundamentales de la física de los cuerpos no deberían formar parte del comportamiento humano, ya que no somos elementos básicos, si no mucho más desarrollados. A pesar de que nuestro ser está conformado por la poderosa presencia del vehículo capacitado para desplazarse en este mundo y percibir las sensaciones físicas, al que llamamos nuestro cuerpo físico, no debemos desconocer que la otra parte de nuestro ser lo conforma el espíritu, materia más refinada y pura e invisible para las percepciones o 'sentidos' del cuerpo físico. Este espíritu es el que verdaderamente da vida al cuerpo carnal: "Y los Dioses formaron al hombre del polvo de la tierra, y tomaron su espíritu (esto es, el espíritu del hombre), y lo pusieron dentro de él; y soplaron en su nariz el aliento de vida, y el hombre fue alma viviente." (Abraham 5:7; Génesis 2:7). Para ser seres más perfeccionados, es que debemos gobernar a nuestro cuerpo físico, dando privilegio a la formación y edificación del espíritu, en contraposición al anhelo del cuerpo de ser satisfecho en todas las cosas, de una manera 'natural' u obedeciendo a las leyes físicas básicas. Jesucristo, el Hijo de Dios, enseñó: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (Juan 13:34). Además dijo: "Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente (-"acción y reacción"-). Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra..." (Mateo 5:38-44); y finalizó esta enseñanza con la expresión: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto." Entonces, está claramente señalado el camino hacia la perfección: no debemos comportarnos siguiendo tenazmente las leyes físicas, si no que debemos hacer un sincero esfuerzo por obedecer leyes superiores o mayores que las que gobiernan el 'mundo físico'. Las Leyes Espirituales, llámense 'buenas nuevas', 'mandamientos', 'instrucciones', 'bienaventuranzas', 'admoniciones', 'exhortaciones', etc., son expresiones divinas del deseo de nuestro Creador de transformarnos finalmente a Su imagen y semejanza, sin pretender, por ello, forzarnos ni ejercer algún tipo de compulsión ni injusto dominio sobre nosotros para lograr ese propósito.

El rey Benjamín conocía de estas verdades eternas, y enseñó a su pueblo: "Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, tal como un niño se somete a su padre." (Mosíah 3:19). Quienes deseen alcanzar esta posición, indispensable para acceder a los más altos grados de gloria eternas, deberán someterse voluntariamente, en este estado terrenal, a las Leyes Espirituales. Quienes no lo quieran así, y prefieran caminar por esta vida mortal rigiéndose por leyes menores, dadas a los cuerpos físicos, no podrán acceder a esos altos grados o 'reinos', en donde el requisito para el acceso es haber perfeccionado nuestro ser espiritual y haber recibido como consecuencia el 'premio al esfuerzo', el don o regalo de la limpieza de las imperfecciones humanas, denominada la Expiación, que sólo es reservada para los obedientes a las Leyes, y no para los 'oidores o conocedores' de ellas. Acerca de esta diferencia,
el apóstol Pablo expresó: "Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción." (1 Corintios 15:41-42). Para una mejor comprensión de esta enseñanza sobre los grados de gloria, es conveniente leer en La Biblia todo el capítulo 15 de esa Primera Epístola a los Corintios; y para obtener mayor luz respecto de este tema recomiendo leer la Sección 76 del libro "Doctrina y Convenios" de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

¿A dónde deseamos ir después de esta vida mortal? Eso dependerá del conocimiento de las Leyes Espirituales, de la práctica de aquellas (por libre elección personal), y de la limpieza final de las 'impurezas' de este mundo que recibirán aquellos que se esfuercen sinceramente (1 Corintios 15:50, 53-58).